Concepto y Moneda: significación, representación e intercambio.
En
"Las palabras y las cosas", Michel Foucault le dedicó un extenso capítulo al
estudio de la riqueza y la moneda. Esta inclusión resulta algo extraña para los
lectores, porque el principal propósito de aquella obra, en palabras del autor,
fue el de reconstruir en términos arqueológicos las ciencias desde el siglo XVI
en adelante para:
...reencontrar aquello a partir de lo cual han sido posibles conocimientos y teorías; según cuál espacio de orden se ha constituido el saber; sobre el fondo de qué a priori histórico y en qué elemento de positividad han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto. (Foucault, 1968:7)
Aun así, la moneda es un objeto casi omnipresente en todo acto humano que suponga un intercambio de objetos. De modo que, en realidad, la pregunta de Foucault va en el sentido de comprender de qué manera el dinero y los precios son capaces de fijar entre las diferentes riquezas (objetos -mercancías-bienes) un sistema de signos y de designación, y de allí, algunas preguntas más: ¿por qué existen algunas "cosas" que los hombres tratan de intercambiar y por qué existen cosas que, aunque indispensables para la subsistencia, tienen un valor nulo mientras que otras, de utilidad práctica nula, poseen altísimo valor?
Por cierto, Foucault no se refirió al dinero en tanto relación social sino a la moneda, la forma objetivada que adopta esta relación. Su preocupación teórica por la moneda, como lo acabamos de señalar, se concentró en las siguientes dos funciones que ésta cumple en tanto significante que opera en un sistema complejo de intercambios: (i) ser la unidad de medida común a todas las mercancías y (ii) operar como mercancía sustituta de otros bienes en el acto específico de cambiar.
Del mismo modo en que sucede con las palabras, las reflexiones de Foucault apuntaron, por un lado, a dilucidar las causas por la cuales la moneda constituye un significante y, por otro, a determinar los atributos sobre los que se asienta su capacidad de significación.
...Si podía significar, es porque era una marca real. Y de la misma manera que las palabras tenían la misma realidad que lo que decían, así como las marcas de los seres vivos estaban inscritas en sus cuerpos a la manera de marcas visibles y positivas, así los signos que indicaban las riquezas y las medían debían llevar en sí mismos la marca real. Para poder decir el precio, era necesario que fueran preciosos. Era necesario que fueran raros, útiles, deseables. Y también era necesario que todas estas cualidades fueran estables para que la marca que ellos imponían fuera una verdadera signatura, universalmente legible. (Foucault, 1968: 167).
Para Foucault la marca real constituye la fuente que legitima la capacidad de significación de la moneda. En definitiva, consiste en el ejercicio del señoreaje[1]; esa potestad monopólica que reviste y ejerce toda autoridad política (emperadores, reyes, príncipes o, más adelante, los gobiernos civiles) en relación con la acuñación de moneda.
En tiempos antiguos, cuando el circulante monetario consistía exclusivamente en piezas labradas en metal precioso (generalmente, en oro y plata), la marca real les garantizaba a los actores económicos que ese signo mediante el cual intercambiaban sus mercancías cumplía con las condiciones de peso y pureza exigidas y aceptadas como sinónimo de medio de pago confiable. Esa marca que la autoridad política plasmaba sobre las caras de la moneda era lo que la transformaba en un objeto económicamente apto, y esa aptitud -o al decir de Foucault, esa signatura- era universalmente legible.
Este ensayo gira alrededor de una pregunta que intenta articularlo: ¿Qué similitudes pueden establecerse entre la moneda y los signos lingüísticos? ¿Puede ser de utilidad abordar el estudio de los fenómenos relacionados con la función monetaria a partir de ciertos elementos aportados desde el campo de la semiótica y de la historia conceptual?
No se trata, por cierto, de un trabajo que remita a conclusiones firmes sino del esbozo de algunas líneas posibles de indagación sobre el tema general que aquí se plantea.
Valor de uso y valor de cambio: Aristóteles.
"En un principio era el Logos y el Logos era con Dios y el logos era Dios". Así comienza el Evangelio del apóstol Juan.
El Logos (λóγος) se refiere a sí mismo antes que a otras muchas cosas. Para los filósofos de la antigüedad, y más tarde para los primeros cristianos, significaba la idea, la palabra razonada, la argumentación, el discurso. En definitiva, Logos es el Concepto.
El evangelista quiso, con este primer versículo, resaltar la idea de que el mundo sólo puede ser accesible a través de conceptos y que nuestra aproximación a él no puede prescindir de los diversos usos posibles del lenguaje. Así lo entendían los hombres antiguos y así lo entendía Juan, para quien el Mundo no era otra cosa que una creación discursiva de dios.
Los conceptos no son meras palabras ni ninguna otra cosa que suponga una sucesión acabada e inequívoca de fonemas. Son, por el contrario, construcciones polisémicas pero capaces, al mismo tiempo, de totalizar un amplio contexto de significados.
En efecto, los conceptos transitan a través de una permanente tensión entre la ambigüedad y la totalización. Ello no impide, sin embargo, que puedan llevar a cabo las complejas funciones que realizan, y estas solo son posibles porque los conceptos no son "artefactos" externos que sirven para observar y comprender al mundo sino que, por formar parte del mundo, pueden cumplir con sus funciones.
La clásica distinción que estableció Aristóteles entre el valor de uso y el valor de cambio que pueden ser atribuidosa todo objeto podría resultarnos útil para la comprensión de las principales funciones que se les asignan a los conceptos. En el primer Libro de Política, Aristóteles argumentaba que:
...Cada objeto de propiedad tiene un doble uso. Ambos usos son del mismo objeto, pero no de la misma manera; uno es propio del objeto, y el otro no. Por ejemplo, el uso de un zapato: como calzado y como objeto de cambio. Y ambos son utilizaciones del zapato. De hecho, el que cambia un zapato al que lo necesita por dinero o por alimento utiliza el zapato en cuanto zapato, pero no según su propio uso, pues no se ha hecho para el cambio. (Aristóteles, 1988: 68)
De modo que, en tanto valor de uso, un determinado concepto establece los límites de lo que es en sí y para sí: por ejemplo, el concepto (significado) de "Concepto" (significante) pone en evidencia la auto referencia que señalamos, porque antes de que puedan constituirse los diferentes conceptos que refieren a todas las demás cosas existentes, debería existir un concepto más o menos uniforme, aceptado y extendido sobre lo que significa la palabra Concepto.
En tanto valor de cambio, el significante Concepto permite intercambiar, durante el acto comunicativo, otros conceptos que son particulares y específicos a las restantes cosas que existen en el extenso campo cognitivo que solemos llamar "realidad". Lo que se busca resaltar aquí es la idea de que los usos del lenguaje se producen mediante la articulación relacional entre significantes y significados.
Bajo esta lógica, los conceptos funcionarían de una manera similar a la de la moneda: ésta sirve para que otros objetos puedan relacionarse e intercambiarse y esta función puede llevarse a cabo porque la moneda misma es un objeto. Si, por el contrario, fuese una entidad externa al mundo de los objetos, tal intercambio no sería posible.
En el acto de intercambiar, como lo señaló Foucault, la moneda representa una medida común de todos los objetos posibles de ser negociados, porque siendo él mismo un objeto constituido en representación, en signo, hace posible que todos los demás objetos se intercambien.
Al igual que lo que ocurre con la moneda, el Concepto no es una "palabra" sino que la función representativa que ejerce ocurre exactamente de manera inversa: "una palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para que se usa, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra". (Koselleck, 1993: 117)
Veamos que ocurre con la moneda. Por un lado, ella completa y perfecciona las transacciones -esto es, las totaliza- y, por otro, pervive como un objeto (artefacto) que puede "atesorarse" (reservarse) y, de este modo, estar disponible para intervenir en otras transacciones que aún no se han realizado.
La moneda, al igual que el concepto, solo se realiza como tal en el momento y en el contexto preciso en el que ocurre un intercambio específico y allí radica la totalización que propone: la moneda es ella misma en el exacto momento cuando, por ejemplo, una fanega de trigo se "convierte" en una vara de tela o en cualquier otro objeto que pudiera resultar equivalente.
Un segundo aspecto no menos importante para comprender el problema aquí planteado se refiere a la lógica diferencial de los signos lingüísticos. Al referirse a los significantes, Ferdinand de Saussure había dejado establecido que en el lenguaje no existen términos positivos sino que lo que existe son solo diferencias: algo es lo que es -y por negación, "no es lo que no es"- solamente a través de la relación que puede establecer con otro "algo" que se manifiesta diferente. (Laclau, 2009:92). De modo que, si el lenguaje solo puede expresarse en términos diferenciales es sencillo comprender, por ejemplo, por qué el significante "trigo" se refiere a un objeto preciso y no a la avena ni a la cebada y a ningún otro objeto igualmente preciso.
A la par de esta lógica de las diferencias se estructura una lógica de las equivalencias. El lenguaje matemático explica, por ejemplo, que de todos los elementos numéricos presentes en cualquier ecuación de fracciones puede extraerse su denominador común que, siendo este también un número, cumple una función específica en esa operación igualmente específica:[2] el denominador común permite condensar esa cadena fraccionaria de elementos heterogéneos en una misma cadena de elementos equivalentes. En el ejemplo anterior, el significante "cereal" puede actuar en determinado discurso -el de la botánica o la agronomía- como el denominador común entre el trigo, la avena y la cebada.
Precisamente, la moneda cumple en el plano de
los intercambios de mercancías esta misma función que describimos. Y puede
hacerlo porque ella misma es una mercancía, del mismo modo en que el denominador
común de una serie fraccionaria de números es, también, un número.
Notas
[1] En épocas remotas, la acuñación monetaria por parte de la autoridad real le deparaba un beneficio concreto: al labrar monedas con menor cantidad de metal precioso que lo que indicaba su valor facial (nominal), la ceca regia retenía este beneficio que surgía de la adulteración del circulante.
[2] La especificidad que señalamos está dada por las diferentes expresiones fraccionarias presentes en una ecuación y por cómo están dispuestas en ella, de modo que el denominador común no cumple esta función en cualquier caso, sino en esa ecuación en particular.
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