Apuntes de la guerra en Ucrania
The war is over
Luego de 44 días, la guerra en Ucrania concluyó con la victoria de Rusia.
Decir que la guerra concluyó no significa admitir que se ha establecido la paz, ni siquiera un precario cese de las hostilidades: seguramente, las incursiones militares rusas y los bombardeos en territorio ucraniano continuarán, el ejército de la defensa seguirá ofreciendo resistencia y el éxodo de la población civil posiblemente se intensifique, pero nada de eso modificará el resultado de la guerra.
En términos estratégicos, el gobierno de Putin logró una victoria estratégica: pudo resolver con éxito la cuestión ucraniana a través de ampliar su área de seguridad en la frontera occidental y de establecer un nuevo estado de cosas en la región. El gobierno de Zelensky, por su parte, ya no cuenta con la suficiente capacidad operativa para modificar esta situación y retrotraerla al 24 de febrero, fecha en la que Rusia inició la invasión.
El concepto de victoria estratégica se asemeja mucho a lo que ocurre en el ajedrez, cuando uno o ambos contrincantes advierten anticipadamente quién ha ganado la partida, quién la ha perdido o si la misma concluirá en tablas. La partida puede extenderse hasta que, finalmente, uno de ellos dé jaque mate pero el final se fue gestando mucho antes: algunos pueden apreciarlo, otros no.
En una entrevista realizada el pasado 21 de marzo por el medio digital alternativo Unz Rewiev, Larry C. Johnson -experto estadounidense en análisis estratégico que trabajó como analista de la CIA y del Departamento de Estado- afirmó que el ejército ucraniano ya había sido derrotado y que "lo único que le queda por hacer a Rusia es limpiar". Las razones esgrimidas por Johnson son muy interesantes para todos aquellos que tienen la afición por los asuntos militares.
En otro pasaje de la entrevista, Johnson criticó las versiones triunfalistas que circulan en su país a partir de una apreciación equivocada de las acciones bélicas. Al respecto señaló que "muchos supuestos expertos militares estadounidenses afirmaron que Rusia estaba empantanada. Cuando se colocó a 24 millas (o 40 millas, según la fuente de noticias) al norte de Kiev durante más de una semana, quedó claro que la capacidad de Ucrania para lanzar operaciones militares significativas había sido eliminada.Si su artillería estaba intacta, entonces esa columna hubiese sido una presa fácil para su destrucción masiva. Eso no sucedió".
Otro importante analista internacional especialista en historia de Rusia, Gilbert Doctorow (Harvard University), afirma que la estrategia rusa no consiste en ocupar Kiev y privar a Ucrania de su condición de Estado, sino en alterar la configuración territorial ucraniana existente desde 1991 a la actualidad, a partir de "Dividir Ucrania, separar los territorios al oeste de Kiev y el río Dnieper, formando un estado trasero sin salida al mar con su capital lógicamente en Lviv, cerca de la frontera polaca.".
Doctorow cree que el objetivo estratégico que Putin y su círculo más cercano es el de crear dos Ucranias. Hacia el oeste, en el hinterland europeo se crearía una "Ucrania mala" o de "Clase B" que contenga los activos tóxicos del sistema político ucraniano -hoy representados por el nacionalismo radicalizado, incluido el neonazismo- y dotado con algunos pocos activos industriales y económicos que le permita sostener a este Estado residual una soberanía disminuida sobre un espacio geográfico pegado a Europa del Este y lo suficientemente alejado de Rusia como para representarle una amenaza. Hacia oriente, en el nuevo hinterland ruso, se crearía una "Ucrania buena", que se extendería sobre los territorios que se extienden al este del río Dnieper y la costa del Mar Negro. Allí se alojaría la población mayoritariamente ruso parlante que -bajo el amparo y la atenta vigilancia de Moscú- habrá de disfrutar de los beneficios de la agricultura y de otros activos económicos que hasta hace poco tiempo definían la prosperidad ucraniana. En una segunda etapa, las repúblicas de Donetsk y Lugansk se anexarían a esta nueva Ucrania filo rusa y prime quality.
El mapa que muestra el despliegue militar ruso en Ucrania al 4 de abril último sustenta la credibilidad de los argumentos de Johnson y Doctorow: la defensa ucraniana hoy se concentra en torno a la capital (Kiev) y en Brovary y en los últimos días ha contado con algún éxito parcial al resistir e intentar contratacar, mientras que la incursión rusa a través de la frontera occidental ha logrado prácticamente el control territorial hasta el río Dniéper. El relato de los medios acerca de un ejército ruso impotente de ingresar triunfante en Kiev a causa de la heroica resistencia ucraniana podría ser solo eso: una ficción para movilizar las volátiles emociones de un gran público demasiado proclive a la manipulación sistemática. Porque, en vista a los argumentos presentados ¿No tendría mayor validez, acaso, la hipótesis de que Rusia jamás se propuso ocupar Kiev porque ese no ha sido su principal objetivo al iniciar la guerra en Ucrania?
La guerra por el relato.
Sea como fuere, la guerra está resuelta en el teatro de operaciones militares, pero se sigue librando con mayor intensidad en otros escenarios; allí donde imperan los dispositivos que permiten la construcción de sentido común: me refiero a las intensas campañas mediáticas organizadas por los principales medios de comunicación de los Estados Unidos, Europa y de los países periféricos automáticamente alineados con el Departamento de Estado y hablo, también, de los habituales recursos retóricos de la diplomacia.
La acusación contra Rusia por la matanza de civiles en Bucha -que Putin desmiente, responsabilizando al gobierno de Zelensky de haber hecho un "montaje fotográfico"- y las represalias de la comunidad internacional, apuntaladas desde el Departamento de Estado, no van a detener las acciones militares rusas en Ucrania ni van a atenuar el nivel de barbarie con las que se llevan a cabo. Esto es tan lamentable como cierto.
Para poder entender esta aparente "irracionalidad" debemos, ante todo, asumir que toda decisión humana, por salvaje y despiadada que nos parezca, está sostenida sobre un andamiaje racional y que aquello que comúnmente denominamos irracionalidad es, en realidad, una forma de racionalidad que no conseguimos comprender.
Para llegar a esta comprensión debemos asumir, también, que no existen valores morales universales sino que están históricamente determinados y geográficamente contextualizados: lo que es bueno y virtuoso para un individuo o una comunidad en cierto lugar puede ser, para otros, causa de maldad y vicio. Vamos, ahora, al punto.
Aun sin certezas, diversas fuentes calculan que en lo que va del conflicto han muerto alrededor de 25.000 soldados y 5.000 civiles y se calcula que han migrado más de 10 millones de ucranianos hacia otras latitudes. Ante nuestros ojos, estas cifras causan horror y prueban la magnitud de una catástrofe que la opinión pública de ningún país de los que comúnmente ubicamos en "Occidente" podría tolerar sin hacer escuchar sus intensas protestas. Sin embargo, recodémoslo, estamos en presencia de una guerra entre dos países en los que aún prevalece vívido (sobre todo para las viejas generaciones de sobrevivientes) el recuerdo presencial o la narración de la Gran Guerra Patria que asoló el territorio soviético entre junio de 1941 y mayo de 1945.
La Unión Soviética -Rusia y Ucrania, incluidas- aportaron 27 millones de muertos para liberar a Occidente de la amenaza del nazismo. Frente a esto, y según desde dónde y quién las analice, las actuales cifras pueden parecer mínimas y tolerables para la sociedad rusa, del mismo modo en que pueden parecerles intolerables las retóricas del nacionalismo radicalizado ucraniano exaltando las "viejas glorias militares" del nazismo alemán que, en otras latitudes podrían ser minimizadas como fenómenos vinculados a excesos en el ejercicio de la libertad de expresión. Por lo pronto, y aunque toda comparación es odiosa, recodemos que la guerra civil de Dombás iniciada en el este de Ucrania en abril de 2014 produjo 15.000 muertos y un millón de civiles desplazados sin que Occidente se haya indignado masivamente.
Tres malas noticias para la izquierda.
En medio de esta crisis el gobierno argentino ha quedado particularmente descolocado. Uno podría decir, con razón, que otros gobiernos más relevantes -incluidas las principales potencias occidentales, Estados Unidos y Gran Bretaña- tampoco previeron el desenlace del pasado 24 de febrero, cuando las fuerzas armadas rusas cruzaron la frontera ucraniana; o, si lo previeron, no pudieron evitarlo, lo que en términos prácticos produce los mismos efectos.
Los medios de comunicación locales y la oposición criticaron acremente las declaraciones del presidente Fernández en Moscú durante su visita oficial a Rusia y China. Creo que no podía evitarse la gira a esos dos destinos porque -aunque la oposición y los medios hayan sostenido que debía cancelarse- esa agenda internacional estaba íntimamente implicada en la cuestión del acuerdo con el FMI. Lo que sí se podía haber evitado, tal vez, es el inveterado impulso presidencial de "irse de boca" para satisfacer a un público indeterminado.
Que el gobierno aumente los actuales niveles de cooperación internacional con la Federación Rusia y que pueda servirle de "puerta de entrada" a América Latina es una decisión que puede ser correcta -de hecho, y en lo personal, creo que lo es- pero presentarlo del modo en que lo hizo Fernández fue, cuanto menos, imprudente e innecesario si se tiene en cuente que para esa fecha (4 de febrero) existía ya un clima prebélico que se desplegó con toda su intensidad 20 días más tarde. Y como la historia es una metáfora del presente, el presidente argentino podría haber dicho exactamente lo mismo haciendo referencia a la larga tradición diplomática entre ambos países, y en particular, la reanudación de relaciones diplomáticas con la entonces URSS durante el gobierno de Perón. Lo concreto es que, de ser el portero de Rusia en América Latina, el gobierno argentino se vio obligado a condenar la invasión y luego pasarse al bando de los que sancionaron a Rusia en la ONU. Todo este periplo, en menos de dos meses.
Precisamente, el último viraje diplomático argentino que aportó su voto afirmativo para que la Federación Rusa fuese suspendida como miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, ha sido fuertemente cuestionada por algunos sectores políticos en nuestro país; y de dentro de estos, los que se ubican en el ala izquierda de la coalición de gobierno. Traigo tres malas noticias para ellos.
La primera mala noticia para esta izquierda -porque existe otra que, desde el inicio, condenó a Rusia por la invasión a Ucrania- es que el gobierno argentino ya no tiene espalda para aguantar una nueva y feroz embestida desde los medios de comunicación hegemónicos (y desde la oposición política que les oficia de mayordomo) para intentar salvar una posición internacional que hasta la propia cancillería rusa daba por perdida. A la Argentina no le quedaba margen para sostener una posición ambigua en un tema tan sensible (tanto para su tradición internacional como para su política doméstica) como es el de la violación de los derechos humanos. De todos modos imagino que, habida cuenta de las relaciones amistosas entre ambos estados, el voto negativo argentino le fue anticipado a la cancillería rusa por canales formales o informales y, como dice el refrán, "quien avisa, no traiciona".
La segunda mala noticia es que las posiciones doctrinarias o principistas en materia de relaciones internacionales son privilegios exclusivos de las grandes potencias. A los países periféricos o altamente dependientes, como lo es la Argentina en la actualidad, no les queda otro recurso de acomodarse a las situaciones internacionales que se le presentan con el mayor grado de pragmatismo y sentido de la oportunidad que les sea posible. El gobierno argentino decidió acompañar la sanción impulsada por los Estados Unidos, al igual que lo hizo Chile y Uruguay y otros 90 países. Brasil se permitió, al igual que Bolivia, apoyar abiertamente a Moscú: tendrán sus propios intereses y recursos para sostener la decisión que tomaron. Lo concreto es que ni unos ni otros países son más principistas o más morales por haber resuelto defender o condenar a Rusia y al final del día todo quedará atrás: la diplomacia, al igual que los mercados, piensa en futuros. Pensemos, si no, en el viraje de los EEUU frente a Venezuela.
La tercera y última mala noticia para la izquierda es que la Rusia actual no es la URSS, ni Vladimir Putin es Vladimir Lenin. El poder político y económico que sostiene a Putin y a la burguesía rusa emana de una de las formas capitalistas más salvajes de la historia contemporánea; una burguesía apegada al perpetuo latrocinio y que tras 30 años aún no ha dado por terminado, en los términos descriptos por Marx, su proceso de acumulación originaria. En la Rusia de Putin circula este ingenioso dictum de la política: "Aquel que no recuerde con nostalgia a la Unión Soviética, carece de corazón. Aquel que desee su regreso, carece de cerebro".
El lado económico de la guerra.
Los cientistas sociales saben que, más allá de cuestiones de metodología y competencias curriculares, la separación entre Política y Economía es artificial. Todo hecho económico es siempre político y todo hecho político tiene su correlato económico. Del mismo modo, conocemos de sobra aquello de que "la guerra es la continuidad de la política por otros medios" (Clausewitz dixit) o esa igualmente célebre frase de Mao que dice que "La guerra es política con derramamiento de sangre y la política es guerra sin derramamiento de sangre".
Como recurso inherente a la política, la guerra puede explicar la economía del mismo modo que esta, como hermano siamés de la política, puede explicar qué pasará con la guerra. Algunos datos para el análisis.
En el gráfico que expongo a continuación, he representado la evolución de cuatro variables que he considerado de particular interés: (a) el tipo de cambio nominal entre el rublo ruso (RUB) y el dólar estadounidense (USD); (b) el precio del barril de petróleo Brent, extraído en el Mar del Norte y unidad de referencia en los mercados de Europa, expresado en USD por cada barril de 159 litros de crudo; (c) El precio internacional del gas natural, en USD por millón de BTU; y (d) el precio en USD de la tonelada de trigo a granel, en el mercado de Chicago (CBOT).
La línea punteada en color rojo corresponde al 24 de febrero, fecha en que se inició la invasión a Ucrania. La aplicación de la primera ola de sanciones económicas de EEUU y la EU a la economía rusa comenzó el 28 de febrero (está marcado con un círculo amarillo identificado como punto 1). Como consecuencia, puede apreciarse una veloz depreciación del rublo de más del 70% que trae aparejada un aumento sostenido del precio del gas natural, derivado de la amenaza rusa de suspender la provisión de energía a Europa.
En nuestro gráfico, el círculo verde (punto 2) indica el mayor nivel de devaluación alcanzado por el rublo respecto del dólar, que coincide con la fecha en que el Banco Central de Rusia suspendió la venta de divisas, limitó los retiros de depósitos en moneda extranjera a U$S 10.000 por cada titular de cuenta bancaria y anunció que esta medida se extendería hasta el 9 de septiembre. En esa fecha (8 de marzo) el tipo de cambio saltó de RUB 122,54 a RUB 143,00 por cada dólar, lo que implicó una brutal devaluación de 11% del rublo en un solo día y desató una volatilidad que le agregaba mayor incertidumbre al futuro inmediato de la economía rusa.
El curso de la guerra, sumado a la decisión rusa de que los cargos por el gas provisto a terceros países considerados "inamistosos" sean pagados exclusivamente en rublos -y no en otras divisas- no solo frenó la devaluación sino que produjo, en muy poco tiempo, la apreciación del rublo. Esta decisión fue anunciada el pasado 23 de marzo -en nuestro gráfico corresponde a la línea punteada en color violeta- y se implementó a partir del 1° de abril (circulo celeste, identificado como punto 3).
Hoy, sábado 9 de abril, el tipo de cambio bajó a RUB 76,08 por dólar, situándose apenas 4,1% por debajo del tipo de cambio promedio del segundo semestre del año pasado (RUB 73,10 = U$S 1). Si consideramos, además, que la variación interanual de inflación en Rusia es de 8% aproximadamente, podemos sostener que el rublo ya ha absorbido toda la devaluación producida por la guerra y, a la vez, el tipo de cambio se ha vuelto a estabilizar. Como contrapartida, el precio del gas comenzó una nueva tendencia alcista, lo que terminará por mejorar sensiblemente el valor de las exportaciones rusas. Hoy el valor del millón de BTU está en USD 6,30 y vuelve al mismo nivel del pasado 5 de octubre.
Los precios del trigo y el petróleo crudo se han estabilizado luego del despegue producido por la suspensión de la venta de divisas en Rusia. Ese día, 8 de marzo, la cotización el barril Brent llegó a USD 127,98 y el de la tonelada de trigo a USD 406,66. Hoy con valores menos exagerados, el valor del petróleo se retrotrajo al inicio de la guerra pero no así el trigo, situado hoy en USD 385 la tonelada. No es una buena noticia para el mundo, porque toda esta tendencia alcista iniciada con la pandemia significa que la actual generación de humanos deberá abandonar la idea de acceder a alimentos baratos. La buena noticia para Rusia es que la mayor porción de la superficie triguera en Ucrania ha quedado bajo su control.
Los viejos mapas y los desafíos más urgentes.
Todos estos elementos económicos que aquí comentamos permiten concluir en dos cosas: (i) que las sanciones económicas masivamente aplicadas por los EEUU y la UE han tenido una menor eficacia que la esperada a medida que el conflicto se extendía en el tiempo y (ii) que, efectivamente, la victoria militar ya es un hecho silenciosamente descontado por los principales mercados financieros y gobiernos occidentales.
Rusia ha ganado esta guerra y muy posiblemente -así lo enseña la historia de la humanidad- sobrevendrán otras. Asistimos, como humanos a una redefinición política y económica a nivel global, donde nuestras posibilidades nacionales de inserción son limitadas pero no por ello poco útiles. Debemos, como sociedad, apelar a nuestra inteligencia para develar los signos de un mundo que aun está por armarse y que ha comenzado a balbucear un lenguaje nuevo.
Nos
ha tocado vivir en un mundo donde -como escribiera Eric Hobsbawn, con lucidez y
agudeza- "el pasado ha perdido su función, incluido el pasado en el presente,
en el que los viejos mapas que guiaban a los seres humanos, individual y
colectivamente, por el trayecto de la vida ya no reproducen el paisaje en el
que nos desplazamos y el océano por el que navegamos. Un mundo en el que no
sólo no sabemos a dónde nos dirigimos, sino tampoco a dónde deberíamos
dirigimos."